lunes, 3 de agosto de 2009

Final de Redacción II

La delgada línea


El dicho popular asegura que en cada esquina hay una historia que merece ser contada, y una vez más no falló. A menudo o en algún momento de nuestras vidas todos escuchamos esa frase, y medio en broma medio en serio, seguimos el juego de quien nos la dice.
El barrio Arroyito, en la cuidad de Rosario, y la cuidad misma, tienen seguramente varias esquinas que merezcan algunas líneas, pero como no se puede estar en todos lados ni conocer todas las historias, elijo quedarme con la de Norma, quizás por la cercanía, quizás por la historia misma o simplemente quizás por el periodismo.
Una persona que pasaba desapercibida en cualquier parte del barrio donde se la cruzaba, seria, de pocas palabras, pero amable y abierta al diálogo cuando se le iniciaba una conversación. De ir siempre a la misma verdulería a la misma hora así hiciera 30 grados o 10 bajo cero, con su andar lento, un tanto cansino, como si más que el bolso de los mandados era la vida la que le pesaba. Así se la veía, y según el comentario popular algo escondía, algo guardaba. Con decir que una vez estando en el mercadito del barrio, entró Coco, un vecino de esos que son conocidos por todos, y dijo − Ojo que ahí viene la loca, tené cuidado −, y con el carnicero se reían.
Mi actitud curiosa ante estos acontecimientos no muy claros me activó ciertas dotes detectivescas, y como quien no quiere la cosa empecé a agudizar mi percepción. Los días se sucedieron, y Norma no aparecía por los lugares que solía frecuentar a las horas tan establecidas por ella misma. Algo no andaba bien, si hay algo que la destacaba era su sentido del deber, su horario era una marca registrada, llegué a pensar que se había ido de viaje, pero era un tanto rara la desaparición.
Ella tiene dos hijos, Diego y Raúl. Diego es alto, un empresario del rubro textil al que no le sobra mucho pero menos le falta, casado con un hijo y habitualmente sabe pasearse por el barrio con su familia para visitar a su madre. La vida de Norma es así, se sabe más de su entorno y sus actividades que de ella misma. Y con respecto a Raúl, es el menor, por ende el más pegado a su madre. Hasta a veces se lo ve haciendo los mandados, pero lo más curioso aún es que todavía vive con Norma. Tiene 30 años, trabaja y la naturaleza de su aspecto no le conspiró como para estar solo. Lo cierto es que en estas últimas semanas, Raúl hizo las actividades de su madre, sus mandados.
Norma hace rato dejó de trabajar, desde el 2005 aproximadamente, vive de unos campos que heredó de su familia, más una jubilación de su fallecido marido.
A esta altura mi compromiso con la historia ya estaba totalmente sellado. Tenía una persona que todos miraban medio raro, que salía muy poco, y se olía que algo no funcionaba bien.
Su último contacto con el mundo externo había sido hace algunas semanas atrás, quizás primeros días de Junio de 2009, fue un día muy frío, y caminaba por la avenida principal sin buscar algo en particular, miraba con detenimiento todas las vidrieras y seguía su andar. Tampoco se la vio muy decidida a ir hacia determinado lugar, más bien parecía tener tiempo libre y nada para hacer. Estaba ida, con poco sentido de la ubicación. Esa fue la última vez que estuvo por las calles, un misterio absoluto.
Mi entusiasmo parecía un tanto derrotado, recuerdo que llegué a casa, me preparé un café y me dispuse a mirar un partido, muy aburrido, en el entretiempo lo cambié, y haciendo zapping encontré un programa dado por un psicólogo que estaba exponiendo casos de personas con doble personalidad. Decía que este tipo de personas sufren un trastorno psicológico que les provoca comportarse de una manera en algunas situaciones y de forma muy distinta en otras más íntimas, quizás más bruscas, más acordes a su realidad. Apagué la tele y me fui a dormir.
De Norma no había rastros, se la había tragado la tierra. En el barrio fue el tema central de conversación, más que la gripe A, pero nadie aseguraba nada en concreto, todas eran suposiciones: que estaba de viaje, que se fue a lo de una hermana que vive en Entre Ríos, y todas cosas así, el tema estaba sobre la mesa y a pedir de boca.
La vida de esta mujer era un misterio, desde siempre lo fue, quizás ahora que había desaparecido se había acrecentado el comentario popular, pero siempre el nombre de Norma daba vueltas por todos lados, y nadie decía nada, se callaban inmediatamente, como si algo grave rondara sobre su vida. Se la veía una señora muy normal, apática, es verdad, pero cuántos hay así, eso no era suficiente motivo para decir que era rara o que tenía algún problema.
Mi abuela fue siempre una mujer muy observadora, demasiado quizás, pero además corre con otra ventaja, vive desde hace añares en el barrio, y si ella no conoce algo, probablemente no exista o no haya vivido aquí. Me fui una tarde a su casa y entre tantas cosas salió el comentario
− ¡Viste! parece que Norma la vecina que vive a tres cuadras de acá desapareció.
− ¿Cómo? − dijo mi abuela de manera muy curiosa. Aunque noté que no se sorprendió tanto.
− Mirá, esa señora es buena, simpática, generosa, y todo lo que te puedas imaginar de un buen vecino, pero la vida le jugó una mala pasada.
− ¿A qué te referís? − Pregunté.
− Esa señora trabajaba en el centro, en un local de ropa que ella tenía. Se vestía muy bien, y de golpe se dejó, se abandonó. No fue hace mucho que dejó de trabajar, pasa que lo que no muchos saben es realmente porqué dejó −. Y cuando estaba por contarme, pasó lo que siempre pasa, llegó visita. Me tuve que ir, pero tenía una punta, algo que me invitaba a seguir. Mis esperanzas lucían tan renovadas como el sol apareciendo en el nuevo día.
Ahora sabía que los vecinos no bromeaban al respecto de Norma cuando la veían en la calle, sino que sabían porque le decían cosas como: ahí va la loca del barrio, o cómo estará esta mujer. Cosas que seguía sin dilucidar, pero que ya no me sonaban extrañas, muy por el contrario, confirmaban la teoría de la rareza en las actitudes de Norma. Era cuestión de completar el rompecabezas.
− Sufre una severa enfermedad psicológica, hace un tiempo. Tiene recurrentes sueños donde se imagina en un colectivo y de golpe escucha un estruendo, que hace estallar una de las ventanas e impacta sobre un pasajero, una bala supongo. Todos habitantes del ómnibus están en el suelo por un lapso de segundos hasta que recuperan la estabilidad emocional. Mi mamá se despierta exaltada −, eso fue lo que escuchó mi abuela de boca de Diego en el kiosco de Dani.
Daniel es el kiosquero del barrio, y de hecho todo chisme termina en su negocio. Era imposible haberme olvidado de él para esta historia, y como uno de sus clientes predilectos no iba a tener ningún tipo de inconvenientes allanar mis dudas.
− Sí, el hijo de Norma me comentó hace mucho tiempo que la madre no está bien, que había dejado de trabajar a causa de un ataque de pánico que sufrió arriba de un colectivo.
− ¿Sabés algo más?
− No, pero me dijo algo que me quedó dando vueltas en la cabeza… Tuvo que vender todas sus escopetas porque a Norma le hacía muy mal verlas, incurría en ataques.
Me fui del kiosco agradeciéndole la información, pero a la vez empezando a procesarla. Si ataba algunos cabos sueltos tenía el porqué al enigma. Sueños recurrentes con colectivos atacados desde afuera por alguien, más el miedo a las escopetas. La historia se inclinaba hacia un lugar.
La clave estaba situada en el momento del quiebre, donde se apaga una forma de vida y se encienda otra. Una mujer muy emprendedora, con el ánimo siempre renovado y un buen gesto para cualquier situación, se había transformado en la postal de una vida. Y el inicio de su cambio data desde el alejamiento de su trabajo.
Ella no tenía auto, de hecho hasta el día de hoy no lo tiene, y no por falta de recursos sino por miedo a lo nuevo. Conservadora y clásica son otras de sus características.
Sin más para indagar la historia necesitaba la elección de un camino para no estancarse, inconscientemente estaba pidiéndome que una las puntas para tomar una decisión. Quizás de manera descabellada con todo lo que poseía se me ocurrió que lo más pertinente y lógico dentro de un misterio bastante bien encubierto o jamás investigado era la vinculación de Norma con el loco de la escopeta.
Era arriesgar para poder seguir, no había forma de que pudiese saber si ese punto de partida era realmente un punto de partida, pero no me quedaban muchas fichas y mi juego ya estaba a la vista, tenía que apostar.
El loco de la escopeta fue un acechador psicótico que tuvo a maltraer a los pasajeros de colectivos de la cuidad de Rosario. Su modus operandi era un tanto particular, se hacía de una escopeta y desde un auto en movimiento disparaba a unidades de transporte en cualquier horario y zona de la cuidad. Con decir que el la policía Argentina completamente sorprendida por tal fenómeno pidió, en su momento, la colaboración del FBI y estos tampoco pudieron con el vil maleante.
La conexión lógica por la cual había llegado a este punto era netamente deductiva. De aplicación directa con la información recavada. Su hijo había tenido que vender sus escopetas, Norma sufría recurrentes sueños con colectivos atacados, delirios, etc. Sumado a que para ese entonces consulté a un psicólogo amigo y me dijo
− Es muy probable que esta mujer sufra un recuerdo recurrente de una situación traumática vivida, y que sus sueños expresen lo que ella no puede por tenerla atemorizada −. La explicación me confió en mi elección.
Me dediqué a saber más acerca de este peculiar agresor. Sus ataques datan de 1999; los blancos elegidos son siempre colectivos, sin ninguna línea predilecta; la luz del día era protagonista para sus ilícitos, y casi siempre atacaba desde un auto, o sea, en movimiento. Con tanta mala fortuna que en su haber había una víctima fatal, una nena de tan solo 12 años.
A todo de Norma no había ni un destello. Había pasado bastante tiempo ya para haberse ido de visita a casa de algún familiar o para estar de vacaciones. Pero mi memoria, un tanto endeble, me invitaba a buscar cual había sido la otra ocasión en la que Norma se ausentó de forma abrupta y duradera. No sabiendo bien en que recoveco de mi psiquis me metía, ni tampoco que buscaba, tuve un recuerdo.
La gente en el barrio es mayoritariamente joven, mis vecinos rondan en la media de los 50 años, es por eso que logré asociar lo mucho que las ambulancias visitaron la casa de Norma en este último tiempo. Pero la última vez que un móvil hospitalario se apareció por su casa, pareció ser con un fin netamente informativo, se notó claramente desde mi ventana, y en un juego de ademanes entre Diego y el médico, es este último quien le pasa un papel que lee detenidamente e inmediatamente el hijo de norma se quiebra, y mira al cielo como buscando una respuesta. Pude advertir que el eslogan de la ambulancia decía “tu salud mental es tu salud” y no pude ver un teléfono o un nombre que acompañe a esa frase.
Con otro dato más certero ya, internamente, no tenía ninguna duda que la desaparición de Norma tenía que ver con su salud mental. Asociar nunca me fue difícil y en este caso todos los caminos me llevaban a pensar que Norma sufría algún desequilibrio mental. Solamente tenía que relacionar su delirio con el loco de la escopeta.
Internet me resultó de gran ayuda en la etapa final. Era crucial saber donde estaba Norma, que era de su vida. Por eso en el buscador puse la frase que había observado como slogan en aquella ambulancia y mis sospechas se confirmaron. Norma debía estar internada, debía estar en ese centro de enfermos mentales. Eso justificaba absolutamente todo, sus cambios drásticos, sus ausencias, su cambió de vida, sus sueños recurrentes, etc.
Tenía en mis manos el cierre, me faltaba averiguar porqué llegó a ese estado de locura y cuan grave era. La respuesta debía estar en el Instituto donde Norma supuestamente estaba, hacía allí me dirigí, ingresé y el mundo pareció morir al cruzar esa puerta, una puerta que marca una línea tan delgada como sagrada. La línea de la cordura y la de la locura.
Las paredes blancas y los largos y solitarios pasillos donde se sienten los gritos del silencio. La soledad tenía casa y yo la estaba visitando, me sentí un anfitrión más de una fiesta con muy pocas luces, una fiesta que no quería festejar nada bueno. El mundo ahí no entiende de lógica ni reglas, cada uno tiene su manual, cada uno vive a su manera, cada loco con su tema.
A todo esto yo caminaba atónito de la escena que veía, no podía entender como hace una persona para terminar así, para estar en ese lugar tan frío y desolador, esa creo que es la palabra que mejor definió mi sentimiento. En eso un médico se acercó, y le pregunté
− ¿Aquí se encuentra la paciente Norma…? − Se permitió la duda e inmediatamente asintió con la cabeza. Parecía saber muy bien de quien le hablaba pero se mostraba un tanto dubitativo de mi persona.
− ¿Usted quién es? − Pregunta de forma despectiva.
Me permití contarle todo, mi real interés y cercanía con la historia, como así también mi preocupación por Norma a esa altura. Solo atinó a decirme
− Sufre un delirio por el loco de la escopeta, pero está medicada y contenida − su tono fue tan filoso como el de un cuchillo, señal de que no había espacio para la charla.
Recién ahí pude comprender que el mundo sigue para todos, claro, para algunos de una manera y para otros de otra, pero sigue. Jamás voy a saber a ciencia cierta que fue lo que le sucedió a Norma, pero su vida cambió en un instante tan delgado como irreversible. Pude comprender que la vida pende un hilo, un hilo que a veces ni nosotros manejamos. Son esas jugadas del destino que nos van acomodando y nosotros tenemos que saber amoldarnos para seguir aprendiendo, para seguir viviendo.
Norma jamás volverá a ser Norma, por lo menos la que todos recuerdan con tanta vehemencia y una sonrisa en el rostro. La vida la dejó abandonada en ese instituto y probablemente nunca volverá a buscarla.

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